lunes, 27 de octubre de 2014

¿ESTA ESPAÑA EN DEFLACIÓN?


        El IPC general del mes de septiembre ha sido del –0,2%, lo que significa que la evolución de los precios es negativa Si esta variación negativa se produce como mínimo en dos semestres, según el FMI, nos situamos en deflación, pero ¿Qué es la deflación?

Imaginemos por un momento que las rebajas comenzasen ahora mismo y que su duración fuese indefinida, además de rebajar los bienes de consumo, se rebajarían también los servicios y, por qué no, los bienes de inversión (maquinaria, pisos, etc.). Pues bien, esas rebajas serían algo muy parecido a la deflación.

La deflación supone que los precios bajan y cada vez se necesita menos dinero para vivir exactamente igual que el año anterior; es un estímulo al consumo, al menos en el corto plazo, pero sus efectos beneficiosos sobre la reactivación económica se diluyen en cuanto se tiene en cuenta el papel de las expectativas sobre la inversión, el  consumo, y  el endeudamiento. En otras palabras, bajan los sueldos y la dificultad para devolver las deudas ya contraídas aumenta porque cada vez se gana menos dinero.

Si los productos son más caros hoy que mañana… ¿para qué precipitarse a comprar? Este es, en síntesis, el primer motivo por el que se teme a la deflación. Cuando el efecto de las expectativas es más fuerte que el efecto sobre el poder adquisitivo, se produce lo que los economistas llamamos “atesoramiento” (en lugar de circular, el dinero se guarda como un tesoro en espera de mejores tiempos). La consecuencia es una disminución del consumo y de la inversión que, a su vez, deprime todavía más los precios.

      El problema de fondo consiste en que, con precios cada vez menores, las empresas no son capaces de mantener sus márgenes por lo que tienen que tomar, más pronto que tarde, varias decisiones bastante desagradables: a) Bajar los salarios y b) Reducir la inversión al mínimo. Esto, a su vez, provoca que la capacidad de compra descienda , lo cual vuelve a estimular otra caída de los precios, alimentando la espiral deflacionista.

     En realidad, un escenario de deflación sin reducción de salarios solamente sería posible en el caso de un incremento de la productividad que hiciese compatible la reducción de precios con el mantenimiento de salarios y márgenes empresariales (aparición de una innovación tecnológica). Desgraciadamente, no es éste nuestro caso. 

   Se entiende que hay deflación cuando se produce un descenso continuado de precios durante un periodo de tiempo prolongado. La experiencia japonesa, consecutiva al boom inmobiliario de los años 90, constituye la experiencia más reciente de lo que supone entrar en una espiral deflacionaria. Japón lleva  cerca de 20 años  con deflación, alternando con breves periodos de leve crecimiento de los precios. Han probado todas las políticas económicas posibles y ninguna ha conseguido que suban los precios….ni el PIB ni los salarios.

    En Tokyo, actualmente, los productos y servicios   cuestan, en general, los mismos yenes  que hace 18 años. El hecho puede parecer inocuo,  pero su efecto ha sido  la reducción de los salarios nominales y que cada vez sea necesaria una mayor parte de los ingresos para atender el pago de los préstamos, detrayéndolo del consumo, el ahorro y la inversión.

La deflación beneficia al acreedor y perjudica gravemente al deudor. Tal vez sea ello lo que explique por qué a los alemanes, insensatamente, no parece que les preocupe en exceso la deflación y por qué, en España aparecieron hace ya tiempo los paladines de la “devaluación interior”, que es la forma amable de denominar a la denostada deflación. Las estadísticas oficiales dicen que no estamos en deflación todavía, pero lo cierto es que llevamos años  bordeándola.




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